La historia de la guerra suele abundar en momentos estupidos, sonrojantes, auténticos monumentos a la idiotez humana, y destacando entre los mejores ejemplos de estulticia se encuentra el conocido como Incidente del Dogger Bank, protagonizado por la Flota Rusa del Báltico en 1904.
Por ponernos en situación, Rusia acababa de encajar una derrota importante por gentileza de Japón en la batalla del Mar Amarillo, y su Flota del Pacífico se encontraba bloqueada en Port Arthur (actual Lüshunkou, China) por la Flota Imperial Japonesa. La situación tenía toda la pinta de terminar mal para Rusia, un imperio decadente, enfrentado a uno emergente, el japonés. La derrota escoció bastante y los estrategas rusos planearon su venganza, mal eso sí, pero la planearon.
Sólo hace falta conocer un poco de geografía para saber que entre San Petersburgo y el Mar Amarillo hay una porrada de kilómetros, y muchos más por mar. Una vez constatado ese hecho, cualquiera pensaría que desplazar un escuadrón de la Flota Rusa del Báltico desde su base en San Petersburgo hasta Port Arthur tal vez no era una alternativa demasiado viable. Cualquiera que no fuera el almirantazgo de la flota rusa, porque ese fue el plan que pusieron en marcha: mandar la Flota del Báltico en un viaje de miles de millas naúticas, en torno a 23.000, a socorrer a sus colegas del Pacífico. Que la guerra pudiera haber acabado cuando llegaran no pareció importarles demasiado. Así que, una flota compuesta por 11 acorazados, 8 cruceros y 9 destructores, se puso firme, saludó la orden del zar Nicolas II, y se puso en marcha rumbo a su cita con con la historia y el ridículo.
Todo pareció ir bien mientras la flota cruzó el Mar Báltico rumbo a los Estrechos Daneses y el Mar del Norte, aunque un fantasma les acompañaba desde su salida de San Petersburgo: la lancha torpedera. El concepto de lancha torpedera era muy reciente; era un barco pequeño, rápido, maniobrable, difícil de combatir al cañón, y sus torpedos podían ser letales contra los lentos acorazados. El temor estaba fundado, pero volvían a fallar en geografía ya que ¿cómo puñetas una escuadra de lanchas torpederas japonesas iba a poder llegar desde Japón al Mar del Norte sin ser detectadas por nadie y en un tiempo razonable? ¿Además de torpedos tenían motores de curvatura? Les daba igual. Se ordenó que no se permitiera a ningún barco, con independencia de su pabellón, acercarse a la flota ni cruzarse en su rumbo, que los japoneses eran muy traicioneros y les dabas una ocasión y te montaban Pearl Harbor. Bueno, eso fue más tarde, pero sirve para hacerse una idea.
Como remate, se recibió la noticia de que los astilleros ingleses habían entregado a los japoneses una remesa nuevecita de lanchas torpederas, y que probablemente estarían rondando por allí con aviesas intenciones. Así estaba la cosa, con todos los oficiales y marinería con la tila en vena, cuando el 21 de octubre, en un lugar conocido como Dogger Bank y situado entre la península de Dinamarca y la costa oriental de Inglaterra, más concretamente a la altura del puerto inglés de Kingston Upon Hull, se montó el sindiós.
Un vigía ruso de un carguero auxiliar transmitió por radio que había sido atacado por una torpedera japonesa. Que la torpedera japonesa fuera en realidad un carguero sueco que pasaba por allí no era importante, una mala tarde y un problema de miopía lo tiene cualquiera. A partir de ese momento, todo comenzó a ir cuesta abajo y sin frenos. Atención a la conversación registrada entre el carguero, de nombre Kamchatka, y el acorazado Suvorov:
– Kamchatka: Perseguido por torpederos.
– Suvorov: ¿Está siendo perseguido? ¿Cuántos barcos y desde qué dirección?
– Kamchatka: El ataque viene de todos lados.
– Suvorov: ¿Cuántos barcos? Dé detalles.
– Kamchatka: Hay unos ocho torpederos.
– Suvorov: ¿Están cerca?
– Kamchatka: Están a una distancia de un cable (entre 180m y 200m) o menos.
– Suvorov: ¿Le han disparado torpedos?
– Kamchatka: No se puede confirmar.
– Suvorov: ¿Hacia qué rumbo se dirige ahora?
– Kamchatka: Sureste 70 grados a 12 nudos. Solicito posición del escuadrón.
– Suvorov: ¿Le siguen los torpederos? Primero debe abandonar la zona de peligro, cambiar de rumbo, luego informar su latitud y longitud, tras lo cual se le indicará el nuevo rumbo.
– Kamchatka: Tememos radiar información.
Y dicen de Gila…
Poco después, con los sistemas nerviosos rusos a punto de colapsar, una flotilla de pesqueros ingleses que hacían cosas de pesqueros fue confundida de nuevo con… en efecto ¡una flotilla de malosas lanchas torpederas niponas! Se dio la orden de abrir fuego a discrección, y los ingleses vieron como en lugar de bancos de sardinas se les acercaban proyectiles rusos de calibre variado. Los ingleses maniobraron para evitar la balasera, pero por desgracia un arrastrero resultó alcanzado y su capitán y dos marineros resultaron muertos, además de otros heridos de diversa gravedad. Pero no se vayan, aún hay más. No contentos con repartir sartenazos a unos pesqueros… ¡los rusos comenzaron a dispararse entre si! El crucero Aurora, que años más tarde abriría fuego contra el Palacio de Invierno en San Petersburgo durante la revolución, se llevó un par de meneos serios que no lo hundieron porque ese día no tocaba, pero se llevaron por delante al capellán del crucero, y la cosa habría terminado mucho antes de llegar al Mar Amarillo si no hubiera sido porque la pericia artillera de las dotaciones rusas y la nefasta calidad de sus armas y munición no dieron para ello.
El despropósito no duró más de 10 minutos, pero durante ese tiempo se habían disparado diecisiete proyectiles de 152mm, alrededor de 500 proyectiles de pequeño calibre y alrededor de 1.800 de ametralladora. Redondeando la jugada en un más difícil todavía de estupidez, y ante la amenaza en su cabeza de que pudiera haber torpederos nipones de verdad esperando la ocasión, el almirante ruso, Zinovi Rozhestvensky (apodado El Perro Loco, por algo sería) ordenó seguir viaje sin detenerse a auxiliar a los pesqueros ni rescatar a los naúfragos. Haciendo amigos.
Como no podía ser de otra manera, y con razón, el incidente mosqueó notablemente al gobierno británico, que estuvo a un par de tazas de te de declarar la guerra a Rusia, pero la cosa se saldó con una comisión de investigación internacional en La Haya que dio un tirón de orejas a los rusos y determinó una indemnización de 66.000 libras esterlinas como compensación a los pescadores. Mientras tanto, los barcos del escuadrón de la Flota del Báltico siguieron rumbo a socorrer a sus colegas de Port Arthur y a protagonizar una de las batallas más famosas de la guerra naval. Pero esa es otra historia.
2 respuestas
Queremos saber esa otra historia.
Se hará un poder.